domingo, 8 de junio de 2014

Los exterminadores de bichos (cuarto y último post)

Los últimos 10 minutos que Mariana y Gabriel habían estado en el sótano realmente no los esperaban. 

Les había pasado en algunas ocasiones que ciertos clientes intentaban aprovecharse de ellos: después de haber desinfectado una casa, los dueños se negaban a pagar porque, como Mariana y Gabriel eran pequeños, creían que no se rebelarían. Se equivocaban, pues los exterminadores de bichos siempre se vengaban. Bueno, Gabriel lo hacía; Mariana se conformaba con su suerte

El niño volvía a infestar de bichos las casas de aquellas personas sin escrúpulos. Se arrodillaba y agachaba su cabeza, y con ella el casco con antenas, hacia la tierra y emitía unas ondas. De ese modo, gracias al invento de su padre, las cucarachas, las hormigas, las mariposas y todos los animales con antenas llegaban en filas hipnotizadas del mismo modo que lo haría algún flautista con las ratas de alguna ciudad llamada Hamelín. Sucedió una vez que también llegó una fila de jirafas. 

Pero hasta ahora ningún cliente había intentado encerrarlos en una jaula. Mariana entendía ahora la frase que una antigua amiga suya repetía: "Siempre hay una primera vez para todo". Aunque probablemente su amiga lo decía en otro sentido. 


Estaban en la jaula atrapados esperando saber qué haría el señor Ramsés con ellos. "Quiere su sangre de niños para no envejecer. Bueno, tú sangre, niño, porque la tuya, niña, ya está un poco pasadita", les comentó un poco preocupado el señor Vicente y siguió, aunque esta vez un poco emocionado: "¿Pueden creerlo? Sangre joven para mantenerse joven. ¡Qué fácil solución! Solo hay que tomarla y bañarse en ella".

Vicente había intentado detener a Ramsés, pero la verdad es que le temía y más desde que a su amigo Leandro lo convirtió en una especie de marioneta. 

Vicente y Leandro eran robots con inteligencia, sentimientos e imagen humana que Ramsés había comprado hacía unos cuatro años atrás. Dos años después quedó prohibida su venta porque las personas temían confundirlos con gente de verdad. Él los adquirió porque quería que le ayudasen a atrapar niños y no quería compartir con ningún otro humano el secreto de cómo conservar la juventud. 

Pero Leandro y Vicente creían que lo que planeaba su amo no era del todo correcto. Un día Leandro protestó y Ramsés, como castigo, cambió su configuración para que actuara como un simple robot que recibiera órdenes. Amenazó a Vicente con hacerle lo mismo. 

Así que ahí estaban todos en el sótano. Ramsés  preparaba sus instrumentos para destilar la sangre de Gabriel; Leandro custodiaba a los pequeños; Vicente observaba desde un rincón lo que haría su amo; Gabriel estaba asustado en la jaula sin saber cómo escaparían de aquel lugar; Mariana, un poco preocupada sobre todo por su hermano, imaginaba un plan para huir de ahí; y Elliot –así es, no había escapado del sótano estaba escondido debajo de una de las tantas cajas que habían en el cuarto. 

Mariana recordó que en su bolsillo tenía el espray lanzallamas que tanto escondía a su hermano. Esta vez tenía que usarlo como arma contra otro tipo de bichos, aunque se le ocurrió que Gabriel podría hacer algo primero. "Gabriel, usa tu casco para atraer a todos los insectos que puedas", le pidió y él obedeció. 

Poco a poco aparecían filas de hormigas que salían de todas las ranuras de las paredes del sótano. Algunas cucarachas se asomaban. Aún eran pocos insectos y parecía que el señor Ramsés ya estaba listo para vaciar la sangre del niño. En sus manos tenía una jeringa muy grande cuya base estaba conectada a dos finas mangueras que finalmente desembocarían el líquido a un recipiente de acero. "Leandro, trae al niño", ordenó el hombre de negro. 

"Gabriel, sigue con los insectos", dijo Mariana a su hermano mientras este era de nuevo atrapado por los alambres de Leandro. Las hormigas, las cucarachas y ahora también algunos escarabajos, grillos, abejas y moscas se dirigían hacia Gabriel. 

"¡Auuuuuuuuch!", gritó Gabriel por el pinchazo de la aguja en su brazo. Ramsés estaba a punto de apretar el botón de la jeringa que comenzaría a succionar su sangre, pero justo vio que miles de bichos recorrían su cuerpo, el de Gabriel y el de Leandro. Se asustó, gritó y cayó al suelo. 

"¡Quítame los insectos!", ordenó otra vez a Leandro, quien dejó a Gabriel libre para realizar la nueva tarea que le pedía su amo.

Gabriel dejó de transmitir ondas con su casco y todos los insectos dejaron de estar hipnotizados y comenzaron a moverse libremente. Mariana aprovechó el alboroto para pedirle a Vicente que la libere. Una vez fuera de la jaula, lanzó fuego a los bichos que comenzaban a acercársele y a todo lo que había en el cuarto, incluso a la caja en la que se escondía Elliot. El robot, al sentirse quemado, salió corriendo hacia la puerta y la destrozó. Ya podrían escapar los hermanos. 

Mariana voló hacia Gabriel, lo tomó del brazo y escapó con él y con algunos insectos que aún estaban en el cuerpo de su hermano. Cuando estuvieron fuera vieron que el fuego se había esparcido por toda la casa. 

Vicente vio la oportunidad de abandonar a su amo y lo hizo. Se llevó a Leandro con él, aunque antes tuvo que apagarlo porque este no hacía nada más que eliminar a todos los bichos que habían aparecido.

Cuando ya habían perdido de vista la casa, Gabriel le dijo a su hermana: "¡No nos han pagado". "A veces es un poco tonto", pensó Mariana y rió. "Aún es un niño, aunque ha pasado por mucho". 

La casa del señor Ramsés quedó reducida a cenizas. La policía llegó a averiguar el motivo del incendio y descubrió que había sido intencional. Los policías creyeron que el mismo Ramsés lo había provocado y por ello lo llevaron al manicomio. 








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