martes, 22 de abril de 2014

Los exterminadores de bichos (primer post)

I
Mariana tiene unas hermosas y metálicas alas, mientras que yo solo tengo un casco verde con antenas. Papá había armado ambos aparatos, pero nunca nos los había enseñado. Él siempre ensamblaba piezas para crear un montón de instrumentos, había creado a Elliot y muchas otras cosas ya antes inventadas. Para Mariana y para mi, papá había sido un genio. Solo él nos hizo comprender cómo funcionaban las hélices de los helicópteros, la televisión, las antenas de las cucarachas y las alas de las mariposas.

Pero al señor Ramsés no le interesa eso, le interesa que haga contacto. Estoy agachado de cuclillas con la cabeza, el casco y las antenas hacia un pequeño orificio que hay entre la pared y la puerta de la cocina de la mansión. Llevo quince minutos en esta posición esperando localizar cucarachas. No me gustan esos bichos, sobre todo cuando no quieren salir de sus escondites para dejarse matar. El señor Ramsés está esperando impaciente que termine con ellas.

Él es muy raro, igual que sus dos amigos. Viste todo de negro y tiene la boca pintada de rojo. Su cabello es oscuro y su piel es demasiado blanca, parece que se echara alguna crema en el cuerpo para aclarárselo. 

Mariana está en la sala principal revisando si hay arañas en el techo y Elliot está limpiando los cuartos. Por cierto, somos exterminadores de bichos. Hemos empezado a trabajar en esto recién hace tres meses cuando encontramos en el armario de papá el casco y las alas que ahora usamos.

Yo solo uso el casco que inventó mi padre (tiene unas antenas que permiten hacer contacto con todos los animales que también tienen antenas) porque Mariana dijo que las alas eran peligrosas para mi. ¡Mariana es una tramposa! Cree que por tener quince años, y yo once, puede ordenarme. Yo soy hombre y debería mandarle. En cambio, Elliot no es de quejarse. Él utiliza la escoba para matar a los bichos. Él es un robot, pero estoy seguro que tiene más sentimientos que mi hermana. 

¡Por fin! Salió una cucaracha y parece que del orificio se asoman más. Veo de reojo al señor Ramsés y noto una sonrisa y mirada cómplice. Él entiende que debe guardar silencio. Los bichos comienzan a salir en filas y yo voy retrocediendo. Llevo mis brazos hacia mi espalda, cojo una botella de alcohol y un encendedor, rocío a todas las cucarachas con el líquido y luego una pequeñísima candela. Diez segundos después todos los insectos están rostizados. La cocina se inunda de un terrible olor. El señor Ramsés se queja. “¡Elimina ese aroma ya!”. Con un espray perfumo todo con un olor a canela. 

¡He terminado mi trabajo!, espero.


Por cierto, somos exterminadores de bichos.


Continuará.

martes, 1 de abril de 2014

Los nuevos vecinos

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Era de mañana y un camión muy grande llegó a la vecindad. Se detuvo en la casa donde antes vivía el señor Alfonso con su familia. Del vehículo salieron unos hombres que comenzaron a bajar toda la carga que llevaban para meterla dentro de la casa. 

La señora Bertha miraba por su ventana a los hombres de mudanza mientras que su pequeño hijo Daniel leía su recién comprado diccionario de animales. La mujer fue a contarle a su esposo que tendrían un nuevo vecino. "¿Otra vez, Bertha? Espiando y espiando te la pasas", le recriminó su marido. 

Pero la señora Bertha no podía quedarse sin saber quién o quiénes serían los nuevos vecinos, así que llamó a sus amigas: la señora Irene, la señora Ana, la señora Noelia, la señorita Graciela y la señorita Noelia (gemela de la primera Noelia) y fueron a visitar la casa.

Ellas preguntaron a los hombres: "¿Quiénes se están mudando?". Pero ellos no sabían nada. "No lo sabemos, señoras. Solo recibimos el encargo de recoger estas bultos y traerlos acá".

¡Qué intriga! Las damas esperaron y esperaron, pero la noche llegó y no apareció nadie. Decepcionadas, se fueron a sus casas para alimentar a sus esposos, a sus hijos o hermanos, quienes se habían quedado sin desayuno, almuerzo y casi sin cena. 

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Al día siguiente, había movimiento dentro de la antigua casa del señor Alfonso y todas las señoras de la vecindad regresaron y tocaron el timbre. Se oyeron fuertes pasos aproximarse hasta que la puerta se abrió. Las mujeres vieron con asombro a su nuevo vecino: era un poco grande, un poco verde, un poco coludo, un poco trompudo y de dientes filudos. "Y su piel era reseca como la de la abuela Centésima", pensó Bertha, pero no comentó nada para no ser descortés. 

"¿Cómo está? ¿Cuál es su nombre? ¿Es casado? ¿Es familiar del señor Alfonso?", preguntaron las mujeres en coro. "Estoy bien. Me llamo Coco y vivo con mi esposa y mi hijo. No soy familiar del señor Alfonso", respondió el nuevo vecino. "Le hemos traído este pastel de manzana. Esperemos que lo disfrute y que se lleve muy bien con todos. Cualquier cosa que necesite, nos avisa", dijeron las señoras y se despidieron.

El señor Coco se sintió bien porque esas señoras eran muy amables, no como sus antiguos vecinos, quienes al verlo corrían para alejarse de él. 

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En el colegio, Daniel se llevaba muy bien con el hijo del señor Coco: Coquito. Aunque su apariencia era un poco diferente a la de los demás niños, Daniel se divertía jugando con él. Lo único que le pareció raro era que cada vez que abrían su diccionario de animales e iban a pasar a leer los animales que empezaban con la letra "c", Coquito le decía que mejor dejasen el libro y hagan otra cosa.

Pero un día, Daniel, en su casa, decidió revisar las páginas de los animales que empezaban con la letra "c": caballa, camaleón, camello...". "¡Qué geniales!", pensó. Y de pronto llegó a "cocodrilo" y vio la imagen y la explicación que lo acompañaban: reptil de gran tamaño (alcanza más de los 4 metros de altura), de piel escamosa, trompa y cola largas, viven mayormente en los ríos y es voraz. 

"¿No es igual a Coquito?", se preguntó Daniel, que era tan listo, y fue a contárselo a su madre. 

"¡Qué! ¡¿Un cocodrilo?!", grito la señora Bertha y se desmayó. Antes nadie se había dado cuenta de que los nuevos vecinos eran cocodrilos. 

A la mañana siguiente todos los vecinos estaban mudándose por temor al señor Coco y a su familia. Y Daniel estaba triste de haber descubierto que Coquito era un cocodrilo voraz.