miércoles, 18 de diciembre de 2013

El paraguas de Matilde (primer post)

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Matilde era una niña de nueve años, que para su edad era muy reflexiva y seria. Tenía una larga cabellera negra y le gustaba vestir color oscuros. Siempre llevaba su paraguas negro a donde vaya. Pasaba mucho tiempo en el parque que estaba al frente de su casa pensando sobre la ciudad en la que vivía. No le gustaba. No había parques de diversiones, ni hermosos paisajes, las calles estaban llenas de basura y las personas eran un poco frías y distantes. No era el mundo en que se había imaginado vivir cuando era aún más pequeña. 

Hace algunos años, disfrutaba de los cuentos de hadas y soñaba en que conocería a un príncipe. También soñaba con que podía volar y que se convertía en cientos de animales. Pero un día se dio cuenta que en realidad eso no iba a ocurrir, o por lo menos eso es lo que ella creía. Entonces, fue cuando se volvió seria. Desde ese momento veía con pena a los demás niños que vivían engañados por cuentos de adultos. 

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El primer lunes del mes de junio, Matilde acudió al colegio como de costumbre. Ella se sentaba junto a Rosa, su amiga de toda la vida, de sus nueve años de vida. Pero, en realidad, ya se había aburrido un poco de ella porque Rosa aún creía en los príncipes azules. Por eso, ese día le dijo que era una tonta y que ya no quería ser su amiga. 

Rosa no le respondió nada, solo se alejó. Y cuando llegó a su casa, se echó en su cama y lloró hasta quedarse dormida. 

Ese mismo día, Matilde se había enterado que había llegado un niño nuevo a su año, cuyo nombre era Constantino, pero no le tomó interés a la noticia. 

Al siguiente día, a la hora del recreo, Matilde se sentó en el comedor a pensar. Se quedó mirando el cielo hasta que el rostro de un niño le tapó el paisaje. "A mí también me gustan los paraguas. Yo tengo uno azul", le dijo Constantino e, inmediatamente, se retiró. 

Matilde no entendió porqué Constantino se le acercó de improviso para decirle eso y desapareció. Era un niño muy extraño, pensó. 

En la noche, cuando Matilde ya le había deseado buenas noches a papá, a mamá y a su hermano mayor, Adrián, y estaba acostada en su cama, vio por la ventana de su habitación que algo se movía en el cielo. Algo se movía y se dirigía hacia su ventana.


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Toc, toc, toc, toc. 

Constantino flotaba afuera de su ventana. Estaba tocando la ventana con una mano y con la otra se sostenía de su paraguas azul, que era lo que le permitía volar. No podía creer lo que estaba viendo. "Coge tu paraguas y dame tu mano", dijo el niño. Ella le obedeció y creyó que estaba soñando. Le parecía extraño soñar de nuevo con sucesos fantásticos. 

Los niños estaban cogidos de la mano flotando encima de la casa, listos para iniciar el viaje. Recorrieron la ciudad por los cielos. A Matilde le llamó la atención ver a tantos gatos en los techos de algunas de las casas y también los colores de las ropas tendidas en cordeles. Lo que más le gustó fue no sentir nada debajo de sus pies. 

Hubiese querido que ese momento se prolongara durante horas, pero, después de algunos minutos de haber recorrido toda la ciudad, Constantino la regresó a su cuarto y le prometió que volvería. Matilde se acostó de nuevo en su cama y durmió profundamente. 


"Coge tu paraguas y dame tu mano", dijo el niño.


Continuará.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Un elefante en la habitación

Quería preguntarle a mi hermano Ezequiel cómo es que había entrado aquel animal tan inmenso por la puerta de nuestro cuarto y por la puerta de la casa, pero él se adelantó y me contó que simplemente había aparecido. Y lo más raro es que era morado.

Teníamos miedo. Ezequiel pensaba que si no desaparecía el elefante de la habitación, papá y mamá se iban a molestar. Entonces, probamos con ocultarlo. Pensamos en pintarlo del mismo color que la pared de nuestro cuarto. Mientras pasábamos los finos pinceles en el enorme cuerpo del animal, nos dimos cuenta de que nunca acabaríamos. Además, a nuestro amigo morado le daban cosquillas los pelos de nuestros pinceles y así toda la casa comenzaba a temblar.

Aún nos quedaba la ventana. Si Mollerito- sí, Ezequiel ya le había puesto nombre al elefante- estaba en la habitación es porque de alguna forma había entrado y si nadie lo había hecho pasar, se debía haber metido por la ventana, como el novio de Carla, nuestra hermana. Empujamos y empujamos. Mollerito nos miraba triste por querer sacarlo a la fuerza, pero no podíamos hacer nada más. Su trompa logró salir y de pronto comenzó a crecer más el animal. Su cuerpo nos botó de nuestro propio cuarto. ¡Qué mala educación! Su madre no le había enseñado a respetar el hogar de otras personas.

Ezequiel dijo que cuando apareció no era tan grande y que con esfuerzo se le pudo haber sacado por la puerta. Entonces, se me ocurrió una idea. Contárselo a mamá, antes de que llegue papá. Mamá podía molestarse un poco al comienzo, pero luego nos ayudaría. Además, siempre encuentra soluciones para todo. 

Mi hermano no quería que le cuente a mamá, pero no le hice caso. Corrí hacia la cocina, mientras Ezequiel iba a esconderse por los muebles de la sala. “¡Mamá hay un elefante en la habitación”, le dije y me escondí desesperado al baño. Mamá subió las escaleras y entró al cuarto, pensando que ahí nos encontrábamos. “¡Vengan aquí niños!”, escuchamos. Cuando llegamos, Mollerito ya no estaba. Mamá dijo que ordenáramos nuestros juguetes.