viernes, 14 de marzo de 2014

El paraguas de Matilde (segundo post)

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Desde la noche en que la visitó Constantino a su cuarto, Matilde no dejaba de pensar en otra cosa que volar a otras ciudades. Todo lo demás le aburría. No prestaba atención en las clases ni a ninguno de sus amigos. No le hacía caso a su madre ni a su padre. 

"¿Quieres dejar este pueblo?", le preguntó Constantino en la clase más aburrida para Matilde: Educación Física. "Sí, creo que sí", respondió ella. Claro que quería dejarlo. Además, pensaba, seguro que el niño le llevaría a un lugar increíble. "Sí, quiero, pero ¿y mi familia?", preguntó un poco preocupada. "Bueno, entonces aún tienes que pensarlo", dijo Constantino y se retiró. El profesor no le dijo nada por irse. 

"¡Qué raro!", pensó Matilde. "¿Acaso no lo reprenden?". 

Rosa se había ubicado lejos de Matilde para no molestarle. Matilde la vio, pero no le dijo nada. Sí, era verdad que al final Rosa tenía razón en seguir creyendo en príncipes azules y otras cosas de cuentos, pero no le interesó ese día preocuparse por ella. Solo pensaba en si dejaría el pueblo y si escribiría alguna carta de despedida a sus padres y a Adrián. 


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Cuando llegó a casa, mamá la castigó mandándola a su cuarto por haber hecho llorar a Rosa. Se había enterado por la madre de la niña que Matilde no quería ser más su amiga. 

Molesta, se echó en su cama. "¡Qué tonta y llorona es Rosa!", repetió mil veces en su cabeza hasta agotarse y quedarse dormida.

Unas horas más tarde, ya de noche, se despertó debido a unos fuertes gritos que provenían de la sala de su casa. Cuando bajó, observó que su padre discutía con Adrián. Mamá lloraba. Parecía que sus padres estaban decepcionados de su hermano. Matilde no quería ni imaginar de qué se trataba. No quería saber por qué el rostro de mamá estaba mojado de lágrimas.

No podía soportar más ese día. Jamás había llorado cuando veía a sus padres discutir o pelear, siempre había preferido desaparecer en esos instantes. En esta ocasión regresó a su cuarto. 

Sí, tenía que dejar ese lugar porque era el peor lugar del mundo. Por lo menos ese día lo era. Y Constantino parecía haberse enterado. 

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De nuevo estaba en su ventana con el paraguas.  

"¿Estás preparada para volar y abandonar este pueblo?", preguntó el niño. "Sí, más que lista", dijo Matilde. "Ya no tendrás que aterrizar. Siempre podrás estar sobre grandes montañas. No volverás si quiera a mirar atrás. No hay nada bueno allí".

A Matilde comenzó a molestarle un poco la manera de hablar de Constantino. "Supongo que no lo hay", dijo ella. "Al menos que no quieras alejarte de tus padres, de tu hermano y de tu amiga. ¿No los extrañarás? Porque no los volverás a ver", continuó el chico misterioso. En ese momento, Matilde sospechó que Constantino quería decirle algo más. 

Aunque estuviese muy molesta, no podía negar que no los iba a extrañar. Tenía nueve años y ni su hermano que tenía dieciséis los había dejado. 

Pero dejó de pensar en eso cuando, de pronto, vio que el cielo se iluminaba. Era impresionante lo que sucedía y la niña creyó que podía ser una premonición de que todo le iría bien. Y, cuando iba a reafirmarle a Constantino que lo acompañaría, vio en la mesa de noche el primer libro de cuentos que le había regalado su padre. "¿No lo había perdido? ¿Cómo llegó ahí?". Se acercó a él y acarició la tapa del libro. Lo había escrito su padre para ella. Lo había perdido y ahora estaba en sus manos de nuevo. 

"No quiero irme", dijo Matilde y levantó la mirada para buscar a Constantino, pero este se había esfumado. 


Fin